Cuento de Navidad: Una Historia de Segundas Oportunidades
Don Mauricio vivía en una casa grande y sombría en las afueras de la ciudad. Aunque tenía recursos de sobra, era conocido por ser gruñón y egoísta, especialmente con los animales. Si un perro callejero se acercaba a su jardín, lo espantaba con agua fría. Si un gato maullaba cerca de su puerta, lo alejaba con un palo. Para Don Mauricio, los animales eran solo molestias.
La noche de Navidad, mientras el frío calaba en los huesos, Don Mauricio se sentó junto a la chimenea, satisfecho de no tener que lidiar con ladridos ni maullidos. Pero justo cuando cerraba los ojos, un ruido extraño llenó la habitación.
Del fuego surgió un enorme perro de pelaje brillante, con un collar luminoso que tintineaba como campanas. Era Chispa, su perro de la infancia.
"Don Mauricio", dijo el perro con voz grave, "vengo a recordarte lo que una vez fuiste. Ven conmigo".
Chispa lo llevó al pasado, donde Don Mauricio, de niño, corría feliz con Chispa por los campos, compartía su comida con un gato llamado Lila y lloraba cuando veía a un animal sufrir. "Mira cuánto amabas, Mauricio", dijo Chispa. Pero la imagen se desvaneció, y Don Mauricio volvió a su oscura sala.
Antes de que pudiera reflexionar, un gato pardo saltó desde la ventana. "Soy Ronrón del Presente", dijo, y con un movimiento ágil de su cola, lo llevó a las calles del barrio. Ahí, Don Mauricio vio a un grupo de perros callejeros buscando comida en la basura y a una gata con sus crías temblando bajo un cartón. Miró las luces de las casas cercanas, donde familias celebraban rodeadas de mascotas felices. "Ellos solo necesitan un poco de tu compasión", dijo el gato antes de desaparecer.
El tercer visitante fue un gato negro de ojos brillantes llamado Sombra del Futuro. Este no habló, pero lo condujo a una escena inquietante: una casa abandonada, con ventanas rotas y el jardín cubierto de maleza. Dentro, un anciano Don Mauricio se encontraba solo, su cuerpo encorvado y sus ojos llenos de tristeza. No había rastro de vida, ni amigos humanos ni animales que lo acompañaran.
Despertó de golpe, con el corazón acelerado. Sin perder tiempo, salió al jardín y abrió su puerta de par en par. Al amanecer, los vecinos lo vieron dejando comida y agua para los animales callejeros, y más tarde adoptó a un viejo perro y una gata que necesitaban un hogar.
Desde entonces, la casa de Don Mauricio se llenó de ladridos alegres y suaves ronroneos, y cada Navidad, su mesa tenía lugar para todos: humanos y animales por igual.
El amor y la compasión hacia los seres más vulnerables nos transforman y enriquecen más de lo que imaginamos. Al abrir nuestro corazón, no solo ayudamos a los demás, sino que encontramos la verdadera alegría y compañía que dan sentido a nuestra vida.
Equipo Veterinario Tielmes | Isabel Priego